Quizá algunos de los que me lean
no conozcan más que mis comentarios por este medio, otros sólo sabrán que soy
un miembro más de mi familia, muchos otros seguro no me conocen de ninguna
forma y, quizá, así sea mejor, en principio. Comenzaré por recordar una frase
del cantautor venezolano Alí Primera que
antes he usado en uno de mis escritos: Los
que mueren por la vida, no merecen llamarse muertos. Cómo nos hace falta
apropiarnos de estas palabras en Colombia, un país que sufre de manera
generalizada de muy mala memoria y poca conciencia de las cosas que le pasan y
deja pasar. Creemos que, dejando pasar las cosas se solucionaran por si solas,
que echándoles tierra se borran las tragedias, vivimos distraídos dejándonos
envolver por los distintos contentillos que
nos ofrece el establecimiento, llenos de miedo de hacer valer nuestros derechos
y, también, de cumplir nuestros deberes, cosa indispensable para poder exigir,
con justicia, el cumplimiento de los derechos y el cubrimiento de las
necesidades básicas a cabalidad. Justicia es dar a cada quien lo que
corresponda según el principio platónico y eso debemos hacer, comenzando por
refrescar la memoria, por no dejar en el olvido el legado de quienes nos han
precedido y han dado la vida buscando brindarnos nuevas y/o mejores
oportunidades. Escribo estas palabras sólo para hacer un llamado, esperando
obtener eco, para tocar a las conciencias e invitarlos a dar un paso al
costado, a salir del molde preestablecido, a generar un cambio, a iniciar una
revolución. Sí. ¡Una revolución! Pero no una revolución armada, de ninguna manera,
ni en contra de establecimiento ni de manada alguna… una revolución por la
verdad y para la verdad y que, principalmente va dirigida a cada uno de
nosotros, a ese que nos mira desde el espejo diariamente y a quien a veces rehuimos
la mirada por vergüenza de reconocer todo lo que hemos podido ser y no hemos
sido, por miedo.
Vivimos en un mundo de valores
invertidos, donde se tilda de héroes a los señores de la muerte, a los
artífices de las guerras, a los dueños de las mafias de todo tipo y no a los
artistas, a los educadores, a los deportistas, a los trabajadores forjadores de
patria, vivimos atrapados en una nube de falsos ideales impuestos por un
reducido grupo de hombres que anteponen sus intereses por encima de los de los
demás y los perpetuamos en el poder, participando en su juego macabro. Es el pueblo
quien perpetúa en el poder a sus gobernantes, quien les da el poder para
administrarlo y a él deben rendir buenas cuentas de esa gestión… El poder político está en manos del pueblo, no
de sus dirigentes, son estos los que dan a los dirigentes la oportunidad de
representarlos, son ellos quienes deben agradecer al pueblo estar en su
posición de privilegio y cumplir con las expectativas que estos tienen respecto
a su gestión. ¿Si esta gestión no es la esperada por qué el pueblo no los
castiga dejando de elegirlos? Es cierto que ha habido muchos lugares en donde
se ha impuesto a las balas la elección de uno u otro candidato, sobre todo en
la era paramilitar, cosa que ya va siendo parte de nuestra historia, pero ¿Qué
sucedía con las grandes ciudades donde no se imponían a bala o antes de la
aparición de estos grupos o en zonas donde no se obligaba a nadie a votar por
un candidato en particular por la fuerza? ¿Dónde ha quedado la conciencia?
¿Será este el país que han querido heredarnos nuestros mayores? Decidieron que
fuera este, lo hayan querido o no. De nosotros depende cual heredaremos al
futuro.
Cada vez que alguien trata de dar
un cambio es obligado a desistir de su idea o desaparecido. Nuestro país ha
visto como muchos de sus grandes hombres han sido martirizados y como, algunos
otros, para poder sobrevivir se dejan arrastrar por el sistema, convirtiéndose
en sus siervos. No sería este el momento de recordar tantos magnicidios y
tantas masacres, como tampoco de las desidias del estado, el grave estado del
sistema de salud, el deplorable estado de la educación, su nivel tan mediocre,
la infraestructura pobrísima, en fin, tantas miserias, tantas, casi incontables...
Hemos visto como, últimamente, se
han estado realizando distintos tipos de movilizaciones en busca de solucionar
situaciones puntuales que, más allá del mérito de las movilizaciones, sólo
terminan aportando soluciones parciales, pañitos de agua tibia. Estas
movilizaciones de masas pueden indicar un despertar de la conciencia colectiva,
si no están mediadas por los intereses mezquinos de algunos en contra de los de
otros pocos, pero deben apoyarse en la acción continua y personal de cada uno,
deben superar las pancartas, los bloqueos y las arengas, deben significar una
renovación en la visión de las cosas. Nos quejamos de la violencia que azota el
país, nos espantamos de la violencia que sacude a otros pero no somos
conscientes de nuestras violencias, de nuestras agresiones cotidianas a
nuestras parejas, a nuestros hijos, a nuestros vecinos, a los demás en la
calle, en el transporte público, en todas partes. Si queremos un mundo
pacífico, seamos pacíficos desde nuestra intimidad y el mundo, más temprano que
tarde cambiará. Si deseamos un mundo más solidario, más colaborador, más unido,
seámoslo cada uno de nosotros. Usualmente nos preocupamos por saber si algo es
conveniente o no para nosotros sin importar si eso es verdadero y correcto y
por eso terminamos amañando las circunstancias, transgrediendo las leyes,
violentando lo que consideremos necesario sin importar a cuantos se pueda afectar
en el intento. Debemos dejar de pensar en lo conveniente para pensar en lo
correcto: Ese cambio duele, hiere nuestro orgullo y, en algún momento, no será
seguro, políticamente correcto, ni popular. Si hacemos lo verdadero y lo
correcto y lo exigimos a los demás estaremos cambiando en busca de conquistar
nuestras más altas libertades, quitándonos el yugo que nos han impuesto los opresores. Se necesita
despertar, sacudirse de la mediocridad y de la ignorancia. No hablo solamente
de la educación formal avanzada, pues hay profesionales mediocres y también los
hay quienes son completamente ignorantes de los asuntos emocionales, políticos,
económicos y demás que le impiden ser un ciudadano consciente y consecuente con
su realidad. ¡Qué bello sería que, en alguna elección, ganara el voto en
blanco! Aún más que eso, que bello sería que los pueblos formaran a sus propios
líderes, desde las bases, desde las juntas de acción comunal, desde las
escuelas y colegios y los vayan llevando, con su veeduría por el camino del
buen liderazgo, que a los representantes ya elegidos se les haga la adecuada
veeduría por parte de una comunidad bien organizada, pero ni de eso hemos sido
capaces en la mayoría de las veces, llevados por nuestros egoísmos por
procurar, siempre, el bien individual en detrimento del general. Mis paisanos,
yo sé bien que hace muchos años no vivo su realidad, que desconozco los
pormenores de las intrigas del poder, los personajes que dejan de hacer lo
correcto y de hablar con la verdad, para hacer lo que les conviene, apoyados en
la mentira y la falsedad, pero esto – y muchas cosas más que se me pueden
reclamar – no me impiden aplaudirles la conmemoración que en pocos días se
disponen a hacer, lastimosamente las fechas que más se recuerdan son las de una
tragedia o la de la muerte violenta de alguien. Que este día sea el día de
nuestro despertar, que marque el cambio de conciencia que necesitamos y le haga
sentir a nuestros representantes que no estamos dispuestos a seguir
perpetuándolos en el poder si no cumplan con su obligación como mandatarios, si
no nos rinden cuentas claras, si no dejan de escandalizarnos con sus acciones o
sus omisiones, si no nos dan ejemplo de ciudadanos cabales, conscientes de su
papel en la sociedad y consecuentes con su dignidad de mandatarios. Que sea
este el día que usemos para definir hacia donde queremos llevar nuestro pueblo,
en el cual nos organicemos para exigir nuestros derechos y para cumplir
nuestros deberes, para aportar nuestra voluntad, nuestra fuerza, nuestro
trabajo en busca de mejores oportunidades. Que sea el día en que abramos los
ojos y veamos que el poder está en nuestras manos, que somos nosotros los que
elegimos y quienes debemos poner orden, hablar con la verdad y hacer lo
correcto, más allá de lo conveniente.
Que sea el 26 de Abril el día en
que los Guamaleros tomen las riendas de su pueblo y que permitan, con ello, que
la muerte y el desplazamiento de tantos paisanos no hayan sido en vano.
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