jueves, 9 de mayo de 2013

DESNUDA


DESNUDA
A Ti: Lectora, libertaria.
Una madrugada, sin tener muy clara la hora que era, despertó sin poder soportarse el calor que no la había dejado dormir bien del todo. Estaba desnuda, como siempre que está en casa, con sus kilitos de más bien llevados y sus uñas bien arregladitas, su pelo anudado en una trenza junto al cuello y sus senos y su sexo algo sudados por el combate de sábanas que acababa de concluir. No recuerda con claridad (y ya no le importa saber) hace cuanto no volvía por estas tierras desde que fue desterrada. Los ruidos de la calle habían enmudecido, por lo que debían pasar las tres de la mañana, la bendita hora en la que ya no va quedando nadie en el centro. Avanza en la penumbra, como una sombra más, como otro sensual fantasma, como una borrosa fotografía que se interpone entre el claro de la luna y su habitación, como un espectro errante atravesando los vaivenes de la historia, sus intrigas, sus perfidias y desengaños, sus batallas íntimas y públicas, sus sinuosidades tantas veces apestosas… hasta llegar al balcón de su habitación y enciende un cigarro para iniciar a tomar el aire fresco de la noche, también desnuda. Otro veinticinco de septiembre más. Se cerciora de que su lunar entre los senos siga bien puesto, al igual que el que está al lado izquierdo de su nariz y los otros que, bastante bien que han sabido desearle, y baja las escaleras y traspasa la puerta, protegida por las sombras y el silencio, rodeada por el aroma de las comidas rápidas aún suspendido entre los avisos luminosos de la carrera sexta, y de las cervezas y guaros que se filtran por los dinteles desde sus depósitos trasnochados. Apenas había dado la vuelta para pasar detrás de la catedral, un perro celoso protege el platillo saboreado mostrando sus dientes amenazadores. Manuela titubea, arrepentida de su desnudes ante los fieros dientes que la acechan: Prefería en ese instante los ojos del reparador del gas que se la quiso comer al verla desnuda atendiendo su llegada, los empalagosos aires afrancesados de los grandes salones quiteños, los dimes y te diretes en los limeños o los insultos de la vecina que destortilló la pailita en que iba a buscar un poquito de azúcar, por caridad. Dio media vuelta y echó a correr por un costado de la catedral. Hasta aquí me llegó el paseíto, decía acezante y apretando el trote. Hasta aquí. Una escandalosa sirena empezó a maullar a un costado de la plaza, se abrían y cerraban ventanas y se descorrían cartones junto a sus pies, dedos obscenos la señalaban, chiflidos la perseguían locamente mientras corría con una mano en la boca, a donde ya le venía llegando el corazón. Bajó a las volandas las escalas de la plaza y en un dos por tres logró alcanzar su otro extremo ya a punto del desmayo… La sirena parecía acercarse, el perro siguió relamiendo su chorizo lleno de tierra y salsas abundantes, y una mano firme y fría la toma haciéndola desaparecer de la calle, de los ojos, los silbidos y los dedos obscenos, de la sirena, del susto tan tremendo y de sus eventuales perseguidores. Sintió un dedo caballeroso que selló sus labios y se aferró con firmeza a su cintura. Se sintió tranquila aun sin saber quien la había tomado con tanta fuerza y ternura. Su pulso calmó rápidamente y su respiración se hizo casi imperceptible al volverse a sentir como en casa, como antes de haberlo perdido, en la seguridad de su constante desnudez. Satisfecha.

La musa de la poesía: Gabriel Posada
A la mañana siguiente, nuevamente los pensionados se reúnen a jugar su acostumbrada partida de parqués y de dominó: Ese Bolívar está como raro hoy – comentó don Chucho a sus compañeros de mesa -. ¿Le estás viendo ropa, acaso? – Le preguntó José. No, es que me parece que llevara algo a la espalda, como una muchachaAhora si se te soltó un tornillo Chucho – le replicó José -. Sí, es una bella muchacha, igualmente desnuda y muy bella – anotó Edgardo, acabando de servirles unos tintos -. ¡Qué hermosa estatua! - Pensaron en voz alta -, ahora está mejor que como la dejó Arenas.