Comienzo a enamorarme de los
harapos del cielo
que nos aúllan azules,
podridos desde el hueso de las nubes.
Y de esas muertas que
brillan en vano,
también de las lluvias
ácidas que tanto se parecen a nosotros.
De ese asfalto que se
desmenuza en desesperanzas interiores
y de los metros y los taxis
y los reactores que saturan el espacio,
donde el ozono agujereado es
un expreso hacia la muerte.
Comienza a gustarme la
decadencia de nuestra suntuosa inutilidad
y todas las recetas que
entregan al alma una falsa cirugía plástica.
Comienza a gustarme lo que
no sirve estrictamente para nada
sino para pagar impuestos a
las estrellas del momento.
¡Pero cómo nos gusta
ofrendar a dioses estúpidos
el candor de nuestros
tormentos!
Como el de ese hermoso país
de la flor de lis adúltera
y cómo todo el mundo desea
amar entonces amémonos.
En una letanía idiota
hagamos saludos a nuestros fracasos,
aplaudamos la bravura de una
noche alrededor de baboseadas.
¿No decimos que somos
descubridores de castores, osos y tribus?
¿O no somos cosmonautas de
un planeta incomprendido?
Comienza a gustarme ese
final que se burla de nosotros,
Lo más rápido que llegue,
mejor será.
Sé que a veces el amor es un
tarro de basura
y que las sonrisas de los
cosméticos están repletas de ácidos
concentrados.
Vayan pues a escribir a
vuestro espejo los besos de lápiz labial,
vayan a vuestras casas a
educar a los futuros monstruos
del próximo milenio, para
una ficción de cartón.
Comienza a gustarme el no
tener nada más que hacer,
duerman gente de bien porque
en estos tiempos
se prepara todo un
espectáculo
y las poesías sonoras de los
agu – agu antológicos
y los afrodisiacos anales de
los miembros ejecutivos,
como comienza a gustarme
todo el resto contaminado.
Lo que ya escribí.
El apocalipsis hace
Tap-Dance sobre el planeta
¿Is it Tango or Rock n’ roll or Heavy metal?
o el descuento de las
uniones.
AM FM de una oreja a otra no
es más que un problema de cerumen.
Pero siempre me gustaron los
ojos instantáneos,
las caricias miopes y las
pieles safari de las noches,
sobre todo aquellas de
lecturas que parecen tan sofisticadas.
¡Ah! sin duda comienza a gustarme el imposible,
lo que sucede después de las
rebajas en los saunas,
lo de los baños de los bares
con sus historias de ferias públicas.
Pero quizá apenas comienza a
gustarme
el lirismo de un payaso
gótico.
No tengo nada que perder
después de la del país.
Verdaderamente no me
arrepiento sino de uno o dos amores,
o quizá tampoco,
o quizá comenzamos a amar.
Quizás.
No tengo fronteras ni tabú
natural
y todo cuerpo capaz de
provocar erección al papa bienvenido sea.
En realidad no tengo más que
la palabra como una herida abierta.
Me gusta el sonido del hielo
de la noche en el cristal de un vaso,
el fulgor ahogado de una
estrella polar al fondo de un pozo llamado luz.
Podemos amar el ser bávaro del
otro.
Tengo la lengua afilada
lista a escalpar cerebros,
tengo el ojo de lince apto a
ubicar perdidos de sentimiento,
tengo la boca desdentada del
lobo hambriento pero aún eficaz,
tengo los brazos descarnados
por culpa de lazos programados.
Comienza a gustarme tener
que decir de nuevo las cosas olvidadas
y parece que ahora son
proscritas,
porque sepa usted que hay
ideas fétidas como las iglesias,
clases de cadáveres en
gestación que aún se permiten flagelar.
Escucho el morado ronquido
de una garganta apenas muerta,
inmediatamente agarro el
alma con una cuerda y la suelto
sobre la pista de baile de
un campus universitario,
los profesores desgarrados
por sus tontas preguntas
y sin el menos gesto con
sólo un simple fruncir de acento circunflejo.
La circuncisión de la nariz
del lector de buenos libros en pijama.
Todos tenemos muchos
demonios que quemar,
tomémonos todo el tiempo,
eso hace durar el infierno.
Empiezan a gustarme las
ficciones de fantasmas,
de lentejuelas con palabras
travestidas y orgullosas de serlo.
Empieza a gustarme el viento
en las ventanas térmicas,
los movimientos de las
polvaredas de nieve que recuerdan poemas
y cómo olvidar tus labios
vivaces de besos,
sobre todo cuando golpeaban
a mi puerta, tal un viento indecente.
Por todo eso y por muchas
otras cosas un poeta
llegó a serlo y les dice a
otros que ama.
En aquel tiempo el poeta,
más decadente que lo permitido,
aprendía a silbar el canto
de las serpientes.
Jean Paul Dauost
Quebec, Canada.
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