De
manera análoga al mester de juglaría y clerecía del medioevo en cuanto a la
creación de identidad y fortalecimiento de la incipiente lengua española, las
canciones populares, principalmente de ese universo vallenato, han dado una
identidad, elevando los niveles de pertenencia y afirmación cultural al pueblo
del Caribe Colombiano, a unas expresiones que vieron su consolidación como
tradición en obras como la de García Márquez quien denomina su más reconocida
obra, como un vallenato de 450 páginas, obra que es, a la vez, la consolidación
de un universo que este autor venía trabajando desde sus obras anteriores. Adicionalmente
a esta están otras obras como las de David Sánchez Juliao quien no sólo dedica
un espacio amplio de sus reflexiones a la música popular del Caribe Colombiano,
sino que incluye en la estructura de varios de sus libros la música popular, conformando
en unas de sus novelas una trilogía musical con: Pero sigo siendo el rey, Mi
sangre aunque plebeya y Danza de redención. Además compuso El indio sinuano
(1974) canción que podría considerarse como una de las mejores de protesta en la música vallenata de
acordeón y dio forma al guión de producciones para televisión, entre otras,
unas basadas en este mismo tema, como la Pero sigo siendo el rey y Alejo, la
búsqueda del amor. La obra de Manuel Zapata Olivella (junto a su hermana Delia),
quien en su trabajo como antropólogo e investigador musical se apropió de esta
y otras tradiciones que no sólo conllevaron a la formación del Ballet Folclórico Nacional de Colombia,
sino que alimentaron su obra que es un monumento a los aportes de las
negritudes a la formación de nuestra identidad cultural. La obra de Álvaro
Cepeda Samudio, principalmente en La Casa Grande y varios de Los Cuentos de
Juana está, igualmente, permeada por este espacio vivencial, existencial en el
cual desde su infancia se desarrollaba. Otras obras, como la de Efraím Medina
Reyes, por ejemplo, que pretendieron distanciarse rabiosamente del universo
garciamarquino o el del caleño Andrés Caicedo quien, quizá con menos rabia,
pero con un parecido sentido de rompimiento optó por distanciarse de la sombra
del Boom, sitúan a estas como las consolidadoras de una tradición en un espacio
cultural al cual se le había negado el derecho y la posibilidad de mostrarse, a
su modo, en su literatura.
Plantear
a partir de una obra como la de García Márquez al vallenato como una tradición
literaria plantea, también, unos interrogantes sobre la evolución de las letras
de las canciones que conforman este universo aún más allá de las recurrentes
polémicas referentes a los aires que son o no son vallenatos, partiendo de la
falacia de que, regularmente, se pretende llamar vallenato toda música tocada
con acordeón y, por otro lado, pretendiendo desconocer la consagración que le
ha dado el gusto musical a ciertos ritmos fuera de los denominados canónicos.
En cuanto a lo literario, se deben considerar tres grandes secciones: La de los
juglares o pioneros, hasta Rafael Escalona, incluyendo a Tobías Enrique Pumarejo, Leandro Díaz y demás.
La de los líricos, generación en la que la lírica alcanzó una expresión de gran
altura, comandada por Gustavo Gutiérrez, Rosendo Romero, Fernando Meneses,
Hernando Marín, entre otros y la generación siguiente, que se extiende hasta la
actualidad, a la cual llamaré Sin Nombre por la dificultad enorme de
clasificarla por no tener, más allá, del mercantilismo generalizado, al son
dela Payola, unos decididos rasgos
que la puedan definir, como a las anteriores. A mitad de camino queda una serie
de compositores que, cronológicamente, nacen en un periodo intermedio entre los
pioneros y los líricos y que, además, sus composiciones tienen, de alguna forma
un poco de lo que caracteriza a ambas grandes vertientes, como una especie de
bisagra entre las dos generaciones, entre los cuales están Camilo Namen, Adolfo
Pacheco, Sergio Moya, Máximo Móvil y los dos Rey de Reyes de la canción inédita
del Festival de la leyenda vallenata: Santander Durán (1987, 2007) y Emilianito
Zuleta Díaz (1997). También debe anotarse que existe otra serie de
compositores, no comerciales más bien o poco comerciales, en el mejor de los
casos, que siguen cultivando sus letras con calidad y altura y prefiriendo
cantarlas en las parrandas, en conciertos privados o grabarlas en producciones
independientes, sin mucha amplitud en su comercialización y fuertemente
golpeadas por la piratería. Se ha dado
un cambio de contexto en cada una de estas etapas, pasando de los compositores
campesinos, usualmente analfabetas, a los de las pequeñas poblaciones con algún
grado de estudio, llegando a obtener como mayor grado el secundario, hasta los
citadinos y universitarios de hoy día. Cambios que, inevitablemente traen
cambios en los temas de las letras de las canciones o en el enfoque que le es
dado a los mismos temas; sin embargo, lejos de evidenciarse una generalizada
mejoría en el tratamiento del lenguaje, la métrica, las metáforas y, ante todo,
autenticidad, se nota un decaimiento en estos y otros puntos que demeritan al
género vallenato, tanto en lo literario como en lo musical. En esta generación Sin
Nombre, en la cual el contenido literario de las letras de las canciones se ha empobrecido
considerablemente, estas letras casi siempre hablan de un solo tema: el amor,
tema de toda gran literatura, pero que, en este caso es tocado de manera cursi,
por decirlo menos, cuyo sujeto lírico es un sujeto humillado, fingido, llorón,
que no asume su sentimiento con romanticismo sincero, profundo y trascendental,
buscando elevarse a sí mismo y al ser amado, sino que se asume de manera
masoquista y autodestructiva. Ante esta situación se toman distintas
posiciones, tales como la de quienes desde escuelas de formación y festivales
de interpretación o composición, pretenden mantener viva la tradición y su
herencia de calidad literaria en las letras de las composiciones en
contraposición a esos que han dejado trastocar el arte por obra y gracia del
comercio matando con ello el sentimiento y la calidad en las composiciones a
cambio de asegurar la sobrevivencia en el mercado y jugosas ganancias. Cosa que
no está mal. Lo malo ha sido el grado de distanciamiento que se ha tomado de la
tradición que no ha sido por reacción renovadora basada en un profundo
conocimiento de esta, sino por ignorancia de la misma y afán mercantil, como
bien lo deja dicho Diomedes Díaz en su composición La Rasquiñita, incluida en
el LP El mundo, grabado con Colacho Mendoza en 1984:
Solo sé
que mi folclor no es pista de competencia.
Es un
acto de nobleza de un pueblo trabajador,
que al
compás de un acordeón dice y canta lo que siente.
Yo que
voy cantando siempre mis canciones con el alma,
las que
me dieron fama, que hacen respetar mi nombre,
no como
ciertos cantores que lo hacen por afición
y
aprovechan el folclor pa’ hacer sus negociaciones.
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