sábado, 29 de marzo de 2014

Caminando entre temores


Hace mucho rato no me veía con el miedo a los ojos.

No fue como la primera vez que recuerdo que me miró la muerte fijamente a los ojos, para pedirme que me apartara del camino de una de sus hijas.

Esa vez no sentí miedo, sentí vergüenza.

Esta vez tenía miedo al miedo de los otros. No de los demás, en general, porque, fuera de esos soldaditos demasiado jóvenes para estar saliendo a pasear con la muerte todos los días, y de nosotros, extranjeros en nuestro propio país, nadie más tenía miedo. Los militares de alto rango se veían y sentían heridos en su orgullo: sus miradas eran rabiosas, bruscas, altaneras. Ardidas. Los demás habitantes de esta zona me han parecido acostumbrados a la sensación constante de incertidumbre y de inseguridad. En todo momento parece que puede pasar algo.

Esos carajitos no es pa que estuvieran aquí, en estas…  dije viendo a través de la ventanilla delantera derecha del jeepsito que nos mueve desde Florencia a La Montañita, a un morenito que, a esa hora, debía estar estudiando y no con un fusil terciado en el pecho, practicando delante de nosotros su mejor gesto amenazador y que, no termina de serlo del todo.  No tienen más nada que hacer, contestó mi compañero, condensando escuetamente la triste realidad de esos muchachos, mientras accionaba la palanca de cambios, en esas seis palabras que me quedaron resonando mientras les veíamos y sentíamos acecharnos con todos sus sentidos alertas y las manos en posición de ataque, sobre sus armas protectoras. En esos momentos, ese fusil y esas cananas, eran lo único que  tenían esos pelaos, más allá de sus cambuches camuflados y los cachivaches en los que cocinan sabrá Dios qué cosa, para combatir el hambre y el frío. ¿Qué carajo come esta gente? Me pregunte al pasar en medio de sus cambuches y fogones, cerca de la base de La Arandia. ¿Dónde cagan? ¿Cómo hacen pa coger? ¡No tienen espacio propio ni pa una paja! Qué carajos hacen estos muchachos aquí, conviviendo con su miedo, aparentemente preparados para enfrentar a sus contrarios. ¿Se preguntarán, acaso, qué papel juegan, realmente, en la tragicomedia de las luchas por el poder? ¿Se darán cuenta que, hagan lo que hagan, digan lo que digan, maten lo que maten, todo seguirá siendo la misma mierda en este país que lo único que ha hecho es negarles las oportunidades? Al bajar el promontorio donde se encuentran apertrechados, pasan unos minutos de relativa calma, hasta que empiezo a pensar en la posibilidad de que en la maleza pueda asaltarme una babilla, un cocodrilo, una de esas anacondas que por acá llaman Güíos o, peor aún, la guerrilla. El río San Pedro se desliza pacientemente a unos quinientos metros de donde estoy parado, mirando alrededor, tratando de percibir cualquier cosa fuera de lo común, pero a pesar de que todo se mantiene dentro de la normalidad vuelve a invadirme el temor. Acá en cualquier lado puede uno encontrarse una mina quiebra patas… trato de no verme con una pierna destrozada por la metralla cada vez que oigo decir eso o que recuerdo la impresión que me dio la primera vez que lo oí. Quisiera saber cuáles son las seguridades de los guerrilleros, o sus temores, escuchar parte de su discurso, de los rasos, claro está, pero acá todo parece estar más delicado de lo que aparenta. Es un desfile constante de armamento, un rumor incesante de tráfico de drogas, armas, influencias, que no me deja estar tranquilo, ni siquiera en el sueño. Andar por estas tierras es estar caminando entre temores: El de la guerrilla por las fuerzas armadas, el de estas por las primeras, el mío por las dos, el de mis compañeros que es prácticamente el mismo mío, el de los vecinos por los extraños recién llegados… El miedo es la moneda corriente en este pueblo tan sucio, desordenado y caótico, que no motiva a querer caminarlo, no despierta ningún interés por sus probables sitios de interés, aunque la verdad no parece tenerlos: sólo un centro comercial intenta sacarlo de ese enquistamiento en lo rural en el que parece estar condenada la capital del departamento del Caquetá, una tierra que me imaginaba más próspera y mejor atendida, pero que sólo viene a confirmarme que los municipios y departamentos fuera de la región andina, esos mismos, que son los que ponen a los gobernantes, a los Mussas y los Ñoños, a los Uribes y demás calanchínes, son los más olvidados y maltratados por el gobierno central y, sin embargo, siguen eligiendo a los mismos con las mismas o a sus títeres y lacayos y al final no se sabe qué es peor... Bueno, sí, lo peor de esta situación acá es que toca permanecer callado, toca pasar aún más de agache que en cualquier otro lado, que acá aún se siguen manteniendo las fuerzas en conflicto a pesar de los constantes partes de aparente tranquilidad, a pesar del aparente control del estado se nota que esto sigue de culo pal estanco, así la gente siga creyendo que es en Venezuela que todo está mal y más pendiente de la telenovela que de lo que realmente está pasando en el país y que, finalmente, es lo que está pasando con sus vidas.
Pero como la gente sigue creyendo que lo que hacen y deshacen los políticos no afecta sus vidas...

lunes, 10 de marzo de 2014

Malohe o Vito Apüshana: Una poética de la reafirmación (II)



Entre tanto, el Vito que recorre los senderos Amerindios, o ese otro poeta algo distinto que nos atestigua los encuentros tenidos en los senderos de Abya Yala: nos descubre otras visiones de lo primigenio, de lo originario que él, a su vez, ha descubierto por estos caminos poéticos y existenciales y nos las presenta permitiéndonos volver a conocernos y reubicarnos en el territorio que siempre nos ha pertenecido, invitándonos, sin ninguna adhesión política, ni hacer presente ideología alguna, por medio de detalles muy humanos y cotidianos, a buscar, conocer y aclarar nuestra concepción sobre el papel de las etnias amerindias en la historia, más allá de la que le han otorgado los historiadores tradicionales, al margen de la cultura universal, negándole a nuestros pueblos el derecho a su total autenticidad y de la defensa integral de los mestizajes que han dado origen al continente tan diverso que ha venido a ser América, actualmente.

 

Son los espíritus fundadores de la huella – sendero…

los inventores de Abya Yala…

los primeros exploradores del continente del cuerpo…

y del universo del sueño…

los forjadores del abrazo Hombre – Mujer, multiplicador de vida…

los descubridores del hálito azul concedido a la criatura humana…

los sembradores en los surcos del pensamiento, del rugido y del canto…

¡Los pobladores del principio!... que ahora reinicio.

(Desde la placenta del tiempo)

 

En este recorrido por la vastísima Abya Yala, Miguel Ángel nos la presenta con postales, instantáneas de la cotidianidad que, más allá de la imagen de lo inmediato, nos enseñan la concepción del universo de los pueblos y su relación con él, en sus sociedades.

 

Hemos llegado hasta aquí, hasta los leños ardientes de tu fogón,

para volver a reconocernos en los esfumados rostros del pasado.

 

Hemos llegado, hasta el fuego de tu hogar, con la sonrisa

del que sabe que sigue pisando suelo materno.

 

Reiniciando el relato de la crianza de los primeros abuelos.

 

Creciendo entre Copihues y Canelos.

 

Escuchado las imágenes del sueño del predio azul.

 

Inventando el aliento… el suspiro en medio de la arcilla,

La hierba y las hormigas.

 

Estamos alrededor de tu fuego encontrando las palabras

del silencio antiguo: ése en donde anidan los pájaros del festín de la

mañana.

(Al pie del fogón)

 

Dando una respuesta particular a la aún negada posibilidad de una tradición narrativa diferente a la occidental, Miguel Ángel nos abre unas puertas a las distintas tradiciones multimediales de los pueblos amerindios que, de diversas formas, distintas a las escritas, siguen transmitiendo sus mitos, poesías, leyendas, cuentos, cantos y dramatizaciones, sin obedecer a los patrones estéticos y culturales que se ha pretendido imponer, bárbara y excluyentemente, desde la conquista, como los únicos válidos en nombre de Dios y la civilización.

… el sonido sonaja del Quetzal es seguido por el del Zacuán.

El Azulejo invita al pito del Tzinizcan.

El Cenzontlatole teje su trino en medio  de los gorjeos del Quétchol, la gran guacamaya,

y del Ayocuan de pico amarillo.

El Huitzilli se escurre entre las alas del pájaro cascabel…

y he visto a las melancólicas Cocotli aparearse, en las aguas, para siempre…

entonces todas se convierten en el Pájaro del Agua resplandeciente.

(Diálogo entre los cedros)

 

Somos sabia de maguey, hojas de ahuehuetes, hambre del jaguar, ensueño de la serpiente, sabor de la vainilla, ardor del chile, almendra del cacao, luz de la mazorca, canto de la garza azul, grito del perro xoloitcuintlis, sombra del coyotl, espina del pez barbudo, color del jade, sudor de la turquesa, fragancia del jazmín, blandura del musgo, filo de obsidiana, frutos del nopal, visión del águila, rostro de la piedra, pálpitos de la tierra, moldura del agua, dirección del viento, fuego de la noche.

(Tecayehuatzin)

 

Miguel no nos propone preocupaciones sobre la realidad de las comunidades que visita en su viaje, no indaga sobre qué son los pueblos amerindios en el ámbito actual del continente y frente a la herencia o influencia europea y africana. Presenta, describe, narra, poetiza, con elementos de una estética propia, autónoma, producto de la transculturación que ha dado origen a la actualidad del continente americano, con la cual transgrede el paradigma estético occidental, al acogerse a las formas tradicionales del poema escrito y el libro impreso de esta, sin dejarse ceñir por la métrica española e introduciéndoles los paisajes socioculturales, históricos y naturales, autóctonos, de su comunidad y las demás comunidades que va conociendo, contribuyendo así a la reubicación de estas tradiciones en el espacio que les ha sido negado y sólo, a veces, se les otorga, como limosna, como un hipócrita contentillo, como elemento de un espectáculo pseudo incluyente, integrador y  reconocedor de lo diferente a la regla prefabricada y entronizada como molde.

 

Hormigas… y los siglos:

¡Los mochicas se fueron tras los cantos de las ballenas!

¡Perseguimos el destino del caballo de las estepas!

¡Hogueras rogativas para los Kofanes del Putumayo!

 

Alpargatas de Timoleón García abandonadas en los surcos.

 

Las hormigas descubren el origen de los Nazcas

en las pinzas de una araña muerta.

(Recolección de las hormigas 2)

 

Hemos tropezado con los fantasmas ahuyentados de los templos,

en las orillas de un manantial del volcán Popocatépetl.

 

Dos serpientes se alimentan de la  miel de los muertos

derramada en los fogones de los Yanomanis.

 

Un río circular se oculta en el cerro de Duida.

(Recolección de las serpientes)

 

La dulce sangre de la luna ya visitó a la Lucila… nuestra única niña,

Que ha ido alejándose del corral de los cuy.

 

La familia Kowii regresó de lo lejos

y de nuevo florece la última casa de Atuntaqui.

 

Y en los sueños, aún, olemos

la canela de las fiestas de Cotacachi y Karanqui.

 

Así, Taita, nuestras pequeñas sombras continuarán

el ir y volver en los costados azules de tu monte.

 

Que Pachacamac siga cubriendo tu altura.

(Runa Benito Ulcuango)

 

No nos plantea Malohe en Encuentros en los senderos de Abya Yala, tampoco, un poemario de ambición épica totalizadora, una exploración minuciosa del continente y sus gentes: nos lo muestra con una economía certera del lenguaje. No nos trae en sus poemas una acumulación de imágenes que nada nos cuentan en sí mismas, por el contrario, la intensidad expresiva del poemario radica en su alejamiento de la retórica recurrente y presentarnos nítida, acertadamente, las distintas costumbres, ceremonias, celebraciones o rituales que el poeta atestigua en su caminar, los intercambios sociales que conforman la vida y la esencia de los diferentes grupos a los que se aproxima y nos aproxima, compartiéndonos elementos míticos y legendarios, volcando en el poemario relatos de las costumbres y tradiciones, testimonios de las distintas experiencias de vida de los pueblos que visita. Se nos presenta Vito, aquí como un espectador, al igual que nos pone en esa misma perspectiva, nos hace partícipes de su viaje. No es él ya quien nos lleva de la mano para descubrirnos un universo, sino que descubre con nosotros esos otros universos en cada verso, en cada imagen, aún al dirigirse Hacia el cementerio familiar, brindándonos una visión periférica del viaje a las raíces que nos comparte, desdoblándose para dejar de ser, un poco, parte del ritual al que nos acompaña.

 

En Flor de La Guajira flota un aire vaporoso,

donde las libélulas se quedan pegadas en los escasos arbustos del lugar.

 

Alieetshi me conduce hacia la única sobra: la tienda de Rosa Iipuana.

 

Ella nos recibe y, al vernos la mirada,

nos lleva a un rincón, nos entrega un cebo blando… susurrándonos:

 

“Dos espíritus amarillos viajan en sus espaldas,

Son wanülu de la enfermedad…

deben botar todo lo que han comido en los últimos días

y no hablar entre sí durante la recuperación”.

 

Así lo hicimos…

y el vacío de todos los Wayuu muertos

y el misterio de todos los Wayuu vivos

se montaron en nuestros hombros.

(Flor de La Guajira)

 

En Teyuna el Pensamiento Madre

habita entre los sueños de una serpiente bejuquera

y los gritos de un mico mochilero.

 

En el camino de Mackutama a Seiyua

se observan todos los rincones sagrados para el pagamento,

donde los hijos de la tierra negra tributan a la vida.

 

¡Kuru kuu! ¡Kuru kuu!... En Chibillongui se escucha

la canción de la luna sobre los hombres y sus sombras:

 

“… animalillos de luz pensamiento

en mundo de fuego y canto.

 

Se les pide armonía en los pasos

y, en la muerte, renacimiento”.

(Palabra 6)

 

Este libro es una creación individual a partir de las percepciones tenidas en los intercambios con otros creadores de Abya Yala, alimentada de la oralidad sin ser, tampoco, una reconstrucción o una interpretación de la herencia cultural de los pueblos originarios. Miguel Ángel hace para nosotros las veces de un relator, no del narrador típico de la tradición occidental que se apropia de lo expresado, como creación propia. Vito se sabe posterior a la historia que nos narra, a los sucesos que nos describe, a pesar de presenciarlos en tiempo presente, vistos estos como parte de la tradición que ha sobrevivido en medio de las distintas culturas que han venido a ocupar los espacios geográficos de Abya Yala, en donde, a estas alturas, no es tan fácil trazar una línea de separación entre las culturas indígenas, mestizas y blancas.

 

¡Los espíritus del viaje son locuaces ante los taciturnos!

 

… y escucharás los acontecimientos de los tres mil vuelos de un cóndor blanco

alrededor de una flor de invierno en los altos del Cotopaxi

… de los infatigables días de una mujer sentada en un cerro del Chinchipe

en la espera del hombre verdadero

… de las seis princesas del Inca Pachacútec que ungían sus pechos núbiles

con algas de laguna y los ofrecían a un sol guerrero

… de un Alcamari, vestido de Llama, que baja cada año del Huascarán

para recorrer los caminos inconclusos de la primera Madre ubicua y mortal

… de los gritos azules que humedecen la vida, a pesar de la vida misma,

entre las aguas del Titicaca y el barro del Umbramba

… de los pasos de Dolores Cacuango mientras tejía un poncho con fibra del

 entendimiento

… de los viajes, por nueve ríos, de los recolectores del sabor de la zarzaparrilla

… de las apariciones del Puma Awki, ablandando el maíz, en las cocinas de piedra de Pallatanga.

(Runa – Raiz)

 

Nos asiremos a la tilma del Único Creador, el Dueño del Junco y la Cerca,

y se ha de develar su desnudez en la nuestra… y encontraremos el espíritu de la

hondura de la vida… y le avisaremos a nuestros hijos para que lo tomen, allí, junto a la

brasa del Copal; para que lo beban, allí, sobre las aguas de la acequia de los frutales,

esa misma que los adormece en los sopores del medio día; para que los abracen,

allí, encima de los pechos de los vendedores de hortalizas…

(Nezahualcoyotl)

 

En este viaje de la palabra, nos llevan Vito y Miguel Ángel, por su tierra y su paisaje vital, Guajiro o Americano, invitándonos a conocerles, a la vez que nos ubican con sus imágenes diferentes y mágicas, despojadas de las frecuentes imposturas y rebuscamientos que se acostumbran por los poetas que, parecen, recurrentemente, buscar más brillar ellos que su propia obra y se refugian en las altisonancias estridentes en busca de llamar la atención al no tener muchas cosas para decir. Nos llevan a reconocernos en la diferencia y a partir de esta a plantear un intercambio que permita un enriquecimiento mutuo al margen de la histórica marginación a la que ha condenado el canon occidental a las expresiones que se diferencian y apartan de sus lineamientos y, en este punto, la propuesta de su voz, de sus voces, se configuran en una propuesta, una poética de la reafirmación cultural que, desde el reconocimiento de su lugar en el universo, ya no como miembro de una comunidad particular, sino viendo ésta en su relación originaria con  las demás de su continente y el planeta en general, se abre a compartir y defender una historia y una tradición que han sido acalladas o mal contadas por los invasores de sus territorios ancestrales.

Malohe o Vito Apüshana: Una poética de la reafirmación (I)



A Miguel Ángel López Hernández lo conocía desde antes de conocerlo, como un rumor: una presencia constante en mis visitas a Riohacha, en las conversaciones con mis tíos y amigos en el balcón y los jardines frescos y perfumados de una vieja y bella casa a dos cuadras de la plaza Nicolás de Federmann. En ese entonces, en mis idas y venidas por el desierto guajiro, no sabía comprender que Vito y Miguel, son diferentes. Miguel es amigo cercano de una tía y, por su intermedio, me llegaron sus noticias, ya posteriores al misterio de sus primeros poemarios y la incertidumbre, no aclarada del todo, sobre los dos seres que han estado tras sus versos luminosos, sabios y resilentes. A Vito, Vito Apüshana, lo conocí antes que a Miguel, en mi casa, en Guamal, bastante lejos de su universo existencial y poético, a donde nos llegaban sus palabras a través de documentales televisivos, resonantes en los instrumentos que acompañan la Yonna, en los tejidos de las mochilas y los estampados de las mantas de las mujeres Wayuú, que tanto han gustado a las de mi familia. Y se quedó. Se quedó en mí, escuchando el rumor de la brisa entre las hojas de las palmeras de las playas Riohacheras, tomando cerveza cerca de la desembocadura del río Ranchería, que en sus crecidas pinta al Caribe de chocolate, comiendo friche en una terraza de la avenida primera, paralela al mar, en los Kanash, símbolos de los clanes tallados en enormes baldosas en el suelo de esta avenida, en los cangrejos que se dejan destripar sobre el asfalto hirviente, cerca de la universidad de La Guajira, y en el desierto sobrecogedor con apariencia de infinitud y sus trupillos y cactus invencibles, sus leves dunas ondulantes y su olor a sal antigua y vivificante. A Miguel lo conocí después, hace bastante poco tiempo, en Pereira, en medio de los avatares del festival de poesía de la ciudad, en donde nos sabía poner de manifiesto, con palabras claras y sencillas, los mensajes que la madre tierra, desde distintas visiones étnicas, en un raro y bello caleidoscopio, nos da a los recién llegados por medio de relatos míticos de una eficacia pedagógica tremenda.

 

 

Es desde el asombro, entre los hilos invisibles del misterio, sin salir del todo del embrujo de los territorios, de la concepción de la vida y del universo que los Guajiros me compartieron en mis visitas a su territorio, volviendo a las vibraciones de su modo cultural de vivir, de sentir, pensar y actuar, que me acerco a la poesía de Miguel Ángel López Hernández. No buscando, no dando una interpretación de su etnia y su cosmogonía, ni a su poesía en función de estas, sino utilizándola como puente, como vehículo para volver a los mágicos entrañables recuerdos que tengo de esa tierra maravillosa e históricamente maltratada, abandonada. Usada. Es desde aquí que me aproximo al universo poético de Miguel Ángel López, un poeta que se me presenta con dos actitudes comunicativas que no por diferentes se excluyen, sino todo lo contrario. Una de esas actitudes sitúa al poema y al poeta completamente  dentro de su etnia, sirviéndonos de guía en su universo, descubriéndonos toda la riqueza cultural de su gente con sencillez y belleza. En la otra ya el poeta sale de los límites geográficos y culturales de su etnia y de la relación de los colonos con esta, para ubicarse y ubicarnos en relación con los demás pueblos originarios de América dándonos una visión distinta de su etnia, del continente y del idioma mismo al rescatar, para nosotros, elementos de las culturas raizales que habían sido condenados por largo tiempo al olvido y al menosprecio. En esta actitud de encuentro Miguel Ángel nos invita a reconocer la multiculturalidad del continente y la importancia de establecer un diálogo honesto entre todos los pueblos que lo forman, en busca del rescate y preservación de las identidades de nuestros pueblos ancestrales y, de paso, las de los actuales.

 

Al pensar en estas diferentes actitudes comunicativas de la persona o las personas que ponen su voz en los versos de Contrabandeo sueños con aliijunas cercanos,  En las hondonadas maternas de la piel y Encuentros en los senderos de Abya Yala, pienso en Borges, que constantemente hace referencia al otro yo, y en Pessoa, el multiforme Pessoa y en Barba (que también se llama Miguel Ángel), en De Greiff y más remotamente en el Dr. Jekyll y Mr. Hyde de Stevenson. Sólo casos parecidos de alguna forma, pero no iguales entre sí, ni podrían servirnos para tratar de comprender la coexistencia o convivencia de Vito y Miguel Ángel. No son, exactamente un alter ego, tampoco, un seudónimo, ni un heterónimo. Vito, descendiente del milenario pájaro Utta, pütchipü o palabrero Wayuú sin bastón de mando, es la voz ancestral que dicta a Miguel las voces de los sueños, proveniente de Jepira y que viene a entregarnos, en una lengua no originaria y elaborando, algo alejado de la ranchería, una visión singular a partir de la oralidad recibida de sus mayores, las raíces, los mitos, la cotidianidad de la vida de su pueblo, de su cultura. Revelando, en sus imágenes, los encuentros, y a veces desencuentros, de las dos culturas entre las cuales transcurre su existencia.

 

Somos pastores

Somos los hombres que viven en el mundo de las sendas.

Nosotros, también, apacentamos,

también regresamos a un redil… y nos amamantan.

Y somos leche del sueño, carne de la fiesta… sangre del adiós.

Aquí, en nuestro entorno,

la vida nos pastorea.

(Pastores)

 

Vito es el poeta del mundo onírico de los Wayuú, su quehacer se centra en las concepciones acerca del tiempo, el espacio, la vida, la muerte y la convivencia, de este grupo indígena, convidándonos a comprender su realidad, a recorrer el desierto, como chivos cerreros, buscando en sus rincones y hondonadas, los misterios de las mujeres pájaro, que habitan los sueños, conversando con los difuntos, guiándonos con su palabra por una búsqueda personal que es, a la vez, la búsqueda de todo hombre, de su propio ser y su lugar en el cosmos. Su voz, es una voz que resuena contando desde la memoria ancestral, retomando, reconstruyendo muchas veces, reelaborando los relatos escuchados al pie del fogón o del chinchorro y que fueron enriquecidos con las lecturas de otras mitologías en sus años lejos del desierto, antes de volver a la ranchería, donde es, como en ninguna otra parte.

 

Caminando hacía la ranchería materna

escuchamos una voz de lejanos lugares

que sólo entiende el corazón sereno,

y recibimos una mirada

que únicamente veremos en el sueño,

y sentimos una presencia de infinitos ancestros

que nos impide abandonar la piedra y el polvo

de este sendero nuestro.

(Raíces)

 

Su poesía trasciende la etnoliteratura, tampoco es oralitura propiamente dicha, no es sólo una recopilación de voces procedentes del pasado, ni es tampoco una palabra encerrada en su comunidad de origen, sino que parte de ella para acercarse a los otros, a los aliijunas, con los que frecuentemente comercia o contrabandea, no sólo sueños y esperanzas, sino las pesadillas cotidianas que perturban las noches compartidas entre la naturaleza de apariencia agreste y que, sin embargo, lo es todo para ambos.

 

La tranquilidad es un tejido largo y colorido…

 

la embellecemos con diseños de cielo,

pinturas de tierra y dibujos de mar.

 

Los mayores nos envuelven en ella

 

en cada palabra de mañanita,

en cada silencio de anochecer.

 

Así nos hacemos latidos de los montes.

(Tranquilidad II)

 

Este acercamiento al otro, lo cifra también Miguel Ángel desde el encuentro con otros pueblos, como en este caso, acercándose al pueblo Mapuche, en la Araucanía de la América austral.

 

“…bajo la luna de las flores hacemos visible la canción del Caos;

tallamos el silencio… para sentir el corazón del que está por regresar;

tallamos el silencio… para escuchar a los aumentadores de vida,

aquellos que siembran frutillas y nalcas en la orilla del miedo…

frente al terrible Ngurru - vilu (el zorro – culebra).

 

La aurora manifiesta el oro extraído de la noche”

(Cercanías con Leonel Lienlaf)

 

Vito asume una posición, se asume como un constructor de un universo a partir de una tradición y no sólo como vocero, como un portador de esa tradición, sin enriquecerla. Asume su obra con la responsabilidad y el compromiso que esa independencia que ese distanciamiento requieren y, así, toma la bandera de su etnia para ubicarse en un espacio en el cual vuelca desde su wayuunaiki originario al español impuesto, en la forma de libro impreso, las múltiples escrituras contenidas en las artes y artesanías de sus ancestros, para darle un sentido de validez occidental al amplio, complejo y sistemático registro que su raza ha hecho de su cosmovisión particular, presentando a los otros una literatura que no es, en suma, ni Wayuú, ni caribe, ni colombiana, ni americana, sino universal, trascendiendo todos los  “ismos” literarios, económicos, políticos o sociales, que sesgan, limitan y, en ocasiones, deslegitiman una obra, reduciendo su valor estético a un momento, un credo o una visión momentánea de las cosas, introduciendo una parte de toda la multiplicidad americana, por la puerta grande, en el restringido espacio de la tradición literaria de occidente, contribuyendo a ensancharlo,  transgrediéndolo, uniendo su voz a la de otros autores provenientes de los pueblos indígenas de Abya Yala, como Hugo Jamioy, Fredy Chikangana, Humberto Ak´abal, Elicura Chihuailaf y Leonel Lienlaf, entre otros, que también alzan su voz e intercambian sus angustias, sueños e ideas con los recién llegados.

 

Vito, hay que decirlo, no es el poeta de Encuentros en los senderos de Abya Yala. Es Miguel Ángel. O es un Vito diferente. El universo de este no es del todo distinto del anterior, pero se diferencia. Es la proyección del que se sabe parte de un territorio sin fronteras, de una tierra en maduración, dispuesta a darse a quienes no la han respetado, alzando la voz, haciendo sentir su protesta, rebelándose a la uniformización que se pretende desde las colonias y se prolonga en la globalización. Son, ambas, voces de la afirmación cultural: una desde el reconocimiento de la comunidad particular y originaria; otra, desde la hermandad originaria que no se ve derrotada por las fronteras políticas y económicas y quiere mostrarse así a quienes no reconocen su divergencia, su apuesta por la preservación de sus costumbres y tratar de protegerlas de los bombardeos externos, de rescatarlas del abandono y protegerlas de la discriminación, para darles el justo valor y pedir el respeto que se merecen, brindando, a su vez, respeto a los otros.

 

Habla, aquí, el reconocimiento del rostro, desde el mundo – origen de Abya Yala (América) hacia las latitudes del otro.

Desciendo hacía la palabra – cofia de las antigüedades, rumbo al temblor de la reafirmación;

Hacia las aguas del sueño diverso; dentro del latido de la raíz definida;

dentro de la mirada del horizonte despejado… en la multiplicación de

los encuentros… en el sudor del respeto mutuo por donde respira la

vida humana.

(El viaje)

 

Vito, cuando nos habla en su esfera Wayuú, insiste recurrentemente en llevarnos a habitar ese espacio donde se confunden lo visible y lo invisible que es el mundo de los Wayuú y que él ha decidido darnos a conocer, no como la mera expresión del alma colectiva de su pueblo, evadiendo cualquier responsabilidad derivada de sus palabras, sino asumiéndose como embajador del mundo al cual cifra en sus versos y del cual, a la vez, proviene. Nos habla de lo Remoto – origen, el punto de partida de su cultura, el origen de todo, desde donde salieron los Elementos a crearlo todo.

 

Somos los hijos de este mundo…

los hijos de Pülowi y de Juyaa:

los hermosos invisibles que nos protegen.

(Fiesta)

 

Ya naciste…

y naciste hijo de gente, de los fundadores de trochas del cerro de Epitsü.

***

Que no desespere tu pie en hacer la huella,

pues ya los viejos pasos de los ancestros están en el nuevo tuyo.

 

No desesperes en llegar, que ya estás aquí… hijo de gente,

hijo del sudor de la lluvia.

(De un alaüla de Alemasahua)

 

Talhua, alaüla de Toolünare, nos han contado

que también provenimos de otros mundos…

que acumulamos un saber antiguo creador de otros llantos,

de otros sueños, de otros pasos…

que nuestra sonrisa se extiende en otros labios

más allá de esta orilla del mar.

 

Como nuestra sangre hay un río invisible

que nos recorre a todos… donde viajan

la misma risa y el mismo silencio.

 

Talhua, alaüla de Toolünare, duerme con las manos abiertas.

(De un alaüla de Toolünare)

 

También nos habla de lo Oculto – invisible, eso que está al otro lado de la vida cotidiana, los espantos, los sueños, las voces de los muertos, que rigen la vida cotidiana de la ranchería, el transcurrir de las cosas.

 

Nosotros tenemos un espanto invisible

que nos visita con olores.

Lo alejamos con mucha sal en el fuego

y orín de los hijos mayores.

Este espanto nos hace descubrir

los olores ocultos de la vida:

sentir los olores tranquilos de los ancianos

tocar los olores fértiles de las mujeres

escuchar los olores blancos de la risa de los niños

dormir en los olores blandos del sueño…

 

y el viento nos congrega en este respirar.

(Espanto de olores fuertes)

 

Crecemos, como árboles, en el interior

de la huella de nuestros antepasados.

 

Vivimos, como arañas, en el tejido del rincón materno.

 

Amamos siempre a orillas de la sed.

 

Soñamos, allá, entre Kashi y Ka’i, el Luna y el Sol,

en los predios de los espíritus.

Morimos como si siguiéramos vivos.

(Vivir – morir)

 

Y nos habla de lo Natural – visible, que es el mundo diario, la cotidianidad Wayuú, en la cual se entrelazan, sin sobresaltos, las dos dimensiones anteriores de su mundo, terminando de configurar la complejidad de su relación con el universo.

 

Mi tío Walatshi ha llegado de donde estaba.

Trajo, en silencio, un antiguo problema de hombres.

Le oímos resollar la ofensa… y nos observa la vida.

Su bastón de mando le ordena dibujar en la tierra.

No habrá pleito:

            sus años han encontrado el oculto reposo del dolor.

(Walatshi)

 

Bebemos las gotas de las lluvias ausentes

entre las hierbas frescas de la clama…

 

y encontramos las profundas nubes de agua que guarda la tierra…

 

De su barro se forja nuestro rostro.

(Calma)

 

Mi hermana Mariietsa ha salido del encierro.

Ya es mujer;

pronto albergará el mundo en sus adentros.

Sonreímos:

ya sabe cómo la tierra acoge a las aguas de Aquel que Llueve.

(Jierü – mma)